26.11.09

El día en que nada es suficiente


Es así, un día te levantas y sientes que ya no te basta. Todo. Todo aquello que un día bastó, aquello con lo que decidiste conformarte un día, ya no es suficiente. Y entonces te preguntas el porqué lo que desde un principio te pareció lo justo, ya no te sabe tan bien. Y encuentras la respuesta en tu egoísmo, en la evolución de tus necesidades.

Ya no es suficiente porque has decidido no conformarte. Y ahora lo quieres todo. Y eso, como ya sabes, es mucho pedir. Nunca se puede tener todo, esa es una palabra que abarca algo demasiado grande. Tan grande, que ni tú misma puedes rodearlo con tus brazos. Y eso te hace sentir frustrada.

Tus necesidades, o lo que tú crees que son tus necesidades, te van a acabar asfixiando. Y lo mucho puede llegar a parecerte poco. Insuficiente. Y eso, como sabes, puede y va a resultar fatal.

Pero el conformismo no es la solución; nunca lo es. La solución es buscar el equilibrio y, como seguro que no lo vas a encontrar, porque el equilibrio es imposible (tal como decía el tatuaje de una chica que conocí en clase), lo máximo que puedes tratar de hacer es mantenerlo a tu manera, y ver si eso te sirve.

Si no, siempre puedes calentarte la cabeza, que parece ser lo que mejor se te da hacer.

24.11.09

Viviendo en una burbuja


Y justo cuando crees que algo va bien...¡zas! Despiertas. Y te descubres a ti misma viviendo en una burbuja; la que tú misma has creado. Y es tan frágil que temes que, con cualquier movimiento en falso, explotará, y tú y tu idílica situación os precipitareis al vacío con ella.

¡Pumba! Y al suelo. Y es entonces, a partir de ese momento en el que eres consciente de que, desde el primer momento, todo se encuentra en la cuerda floja, cuando empiezas a valorarlo todo, con la certeza de saberte vulnerable,. Débil ante algo que ni siquiera sabes bien qué es. Ante el bienestar que, a veces, se nos antoja eterno, pero que nunca lo es. Porque si no, la vida sería demasiado predecible como para que nos sorprendiera.

A partir de ese instante empiezas a moverte cuidadosamente dentro de tu burbuja, de tu pompa de jabón. De la ilusión que, en parte, tú misma te has montado sin la ayuda de nadie Y empiezas a replantearte lo efímero de las cosas que te saben bien. Que te saben a eternas, cuando nada lo es. Y ya ni siquiera entiendes tus propias palabras, tus propios pensamientos o, incluso, las palabras que, desmesuradamente y sin control, brotan de tu boca. Sin saber muy bien de dónde vienen; si de tu cerebro, o de tu corazón. Quizá incluso de un lugar que todavía tú desconoces, uno que se encuentra recóndito en tu consciencia y que, a veces y sin saber por qué, con sentido o sin él, pugna por salir al exterior para poder manifestarse.

Es extraño el sinsentido de algunas cosas, y la importancia que le damos a veces sin entender por qué. Esa voz en tu conciencia que a veces deseas acallar,,bien porque sabes que todavía no ha llegado el momento de escucharla, o bien porque ni siquiera lo quieres hacer. Pero, pese a eso, muchas veces es tan fuerte que no puedes controlarla, sino que se convierte ella en la que te quiere acallar a ti. En ese momento empieza una lucha constante entre tu miedo y tu valentía. Entre la certeza y la incerteza; la decisión y la indecisión. Y por culpa de eso, tu cabeza está allí, allá, o más allá, pero no donde debería estar. Lo cual sigue sin llevarte a ninguna parte y, además, no te deja de martirizar. Vale, lo asumes, eso es así y no sabes como evitarlo. Pues menuda mierda.

5.11.09

(I) Amanecer


Me despierto, y me quedo un buen rato ahí, observándote. Después de una eternidad, aparto las sábanas, y salto por encima de ti. Las siete de la mañana, el sol saliendo. El frescor del amanecer, tú durmiendo todavía, con una sonrisa en la cara y la respiración acompasada. La brisa entrando a través del balcón, olor a jazmín y a hierbabuena. Tostadas, cereales, café. Todo un día por delante. Una buena ducha, el libro que tengo a medio leer. Tranquilidad. Abajo, mucha gente empieza el día, mientras otra mucha todavía duerme. El vecino desperezándose junto a su ventana, el gato paseándose por el tejado. El reloj, avanzando, el despertador a punto de sonar. Lo apago. Pasos lentos hacia la cama, y me vuelvo a tumbar a tu lado. Besos en la espalda, lentos, suaves. Volteas la cara y, lentamente, se te van abriendo los ojos. Brillan, aún estando medio cerrados. Deseos de detener el tiempo, y volverme a dormir, para volver a despertar y poder hacer lo mismo. Pero no; es hora de empezar el día, de vivirlo, de aprovecharlo. Luego, la noche volverá, y después de ésta, otro amanecer más. Y con éste, felicidad.