12.5.09

Calor.


Muérdeme los labios, y no pares hasta que me duelan. Apaga la luz, y deja que mis dedos recorran cada centímetro de tu piel. Nos leeremos en braille hasta que asome el amanecer. Después, con los primeros rayos de sol, puedes bajar la persiana. Fingiremos que el tiempo se ha detenido, suspendido en un momento; ese preciso momento, a nuestra merced. Jugaremos con las normas de la existencia y desafiaremos las leyes de la gravedad. Créeme, abandónate conmigo y después, nos volveremos a reinventar. Caricias, roces, calor. Deja que te susurre al oído cuánto deseo probar estas palabras. Tengo hambre, hambre de ti, pero no te preocupes, no te voy a comer. Tan sólo deja que te saboree. Hoy, ahora, en este preciso instante, hagamos que el siempre sea esta noche.

Y después, cuando, exhausta, caiga rendida sobre la cama, y me sumerja en un cálido sueño, no te quedes a mi lado por miedo a hacer ruido. Cuando me despierte y abra los ojos, posiblemente tu cara sea lo último que desee ver. Seguramente, después de un buen café, ni siquiera me acuerde de tu nombre, tampoco creo que a ti te importe demasiado que no te dijese el mío. Así que vete, no dejes ninguna nota. No hagas mucho ruido al salir y cierra la puerta con cuidado, por favor. Al fin y al cabo la eternidad a veces dura lo que dura un orgasmo. Y llegado ese momento, yo ya habré alcanzado el fin de la inmortalidad.

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