Este año pasado, estudiaba filología hispánica y tuve que hacer un trabajo para lingüística que al final nunca llegué a presentar porque me dejé la carrera. No obstante, se puede decir que quedé bastante satisfecha con el resultado. Hoy me he topado con él por casualidad y, como el principio explicaba bastante bien mi opinión sobre las lenguas, he querido colgar aquí parte de la introducción.
[...]
Las lenguas son eso; lenguas. Las lenguas no son banderas, no tienen pretendiones ni voluntad. No son fáciles ni difíciles, suaves o ásperas, primitivas o modernas. Tan sólo son lenguas, instrumentos para la comunicación. No obstante, nosotros, los humanos, sí tenemos voluntad, fuerza y poder y, muchas veces, ya sea por intereses políticos o de otra índole, o por ignorancia (provocada por una mala educación que nos ofrece—por no decir que nos impone-esquemas preconcebidos), le otorgamos a las lenguas características que no poseen, las corrompemos por nuestros intereses. Y. debido a este hecho, vivimos en un mundo poblado de prejuicios. Y no debemos olvidar un hecho importante en todo este asunto; las lenguas son inocentes.
[...]
Soy una persona que suele cambiar fácilmente de opinión y, sin embargo, ya han pasado algunos meses y en este tema sigo y posiblemente siga pensando lo mismo. A no ser que alguien venga, me dé argumentos y me haga cambiar de parecer.
31.8.08
21.8.08
Supersalidos.
Sé que hay miles de películas mejores, más interesantes y de las que se puede sacar mucho más, pero yo, hoy, voy a hablar de esta.
La he visto hoy por la tarde, en uno de mis máximos momentos de aburrimiento. Leí algo bueno de ella, pero la verdad, no me esperaba mucho. Tanto el título, como la portada, me sugería la típica película americana donde se trata de ver quien se monta la fiesta más grande, quien pierde la virginidad antes de la graduación y comprobar quien hace la gilipollez más grande. Sí, ese tipo de película que hace que unos se descojonen, y que otros acaben traumatizados sólo de pensar que alguien es capaz de producir eso.
Vale, en la película hablan de tías, de sexo, y de fiestas, no voy a negarlo. Pero, además, hablan sobre amistad. Y no la típica amistad basada sólo en compartir juergas. No. La amistad basada en compartir tardes o días enteros de aburrimiento. Esa amistad que consideras más fuerte que cualquier otra cosa, esa que a veces te hace ser egoísta, que te hace exigir más de lo que exigirías a cualquier otra persona. La amistad por la cual te meterías en un buen lío, por la que arriesgarías tu propio pellejo, para salvar el de tu amigo, porque lo sientes así; simplemente, no puedes dejarle solo. La amistad que te permite decir a voz en grito un “te quiero” sincero, una y otra vez, sin ningún tipo de temor.
También habla del miedo a perderla en el momento en que los caminos han de desviarse.
Puede que la película pueda llegar a entretener a algunos, a hacerles reír, o puede que les aburra. Pero, tan sólo por la amistad que se muestra, para mí ya vale la pena verla.
Quien sabe, quizás la película me ha calado más de lo habitual por el momento de mi vida en el que me encuentro. Tal vez el hecho de que me haya visto reflejada, en cierta forma y de cierta manera, haga que me haya gustado más. Pero la cuestión es que, aunque a simple vista parezca la típica comedia sin sentido, yo la he disfrutado.
La he visto hoy por la tarde, en uno de mis máximos momentos de aburrimiento. Leí algo bueno de ella, pero la verdad, no me esperaba mucho. Tanto el título, como la portada, me sugería la típica película americana donde se trata de ver quien se monta la fiesta más grande, quien pierde la virginidad antes de la graduación y comprobar quien hace la gilipollez más grande. Sí, ese tipo de película que hace que unos se descojonen, y que otros acaben traumatizados sólo de pensar que alguien es capaz de producir eso.
Vale, en la película hablan de tías, de sexo, y de fiestas, no voy a negarlo. Pero, además, hablan sobre amistad. Y no la típica amistad basada sólo en compartir juergas. No. La amistad basada en compartir tardes o días enteros de aburrimiento. Esa amistad que consideras más fuerte que cualquier otra cosa, esa que a veces te hace ser egoísta, que te hace exigir más de lo que exigirías a cualquier otra persona. La amistad por la cual te meterías en un buen lío, por la que arriesgarías tu propio pellejo, para salvar el de tu amigo, porque lo sientes así; simplemente, no puedes dejarle solo. La amistad que te permite decir a voz en grito un “te quiero” sincero, una y otra vez, sin ningún tipo de temor.
También habla del miedo a perderla en el momento en que los caminos han de desviarse.
Puede que la película pueda llegar a entretener a algunos, a hacerles reír, o puede que les aburra. Pero, tan sólo por la amistad que se muestra, para mí ya vale la pena verla.
Quien sabe, quizás la película me ha calado más de lo habitual por el momento de mi vida en el que me encuentro. Tal vez el hecho de que me haya visto reflejada, en cierta forma y de cierta manera, haga que me haya gustado más. Pero la cuestión es que, aunque a simple vista parezca la típica comedia sin sentido, yo la he disfrutado.
15.8.08
Inocencia interrumpida.
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[...]
-Soy ambivalente. De hecho es mi nueva palabra favorita.
-¿Sabes qué significa ambivalencia?
-Me da igual.
-Siendo tu palabra favorita tendrías que saberlo.
-¡Significa que me da igual, eso significa!
-Todo lo contrario, Susana. Ambivalencia sugiere fuertes sentimientos contrapuestos. El prefijo, como en “ambidiestro”, significa “dos”. Y el resto, en latín, significa “vigor”. La palabra sugiere que te debates entre dos líneas de acción opuestas.
-¿Me quedo o me marcho?
-¿Estoy cuerda o estoy loca?
-Eso no son líneas de acción.
-Pueden serlo pequeña, para algunos.
-Entonces, me he equivocado de palabra.
-No. Yo creo que es perfecta. Quis ic locus, quae regio, quae mundi plaga. Qué mundo es éste, qué reino, qué playas de qué mundos. Te estás enfrentando a una pregunta muy importante, Susana, la elección de tu vida. ¿Hasta dónde consentirás tus defectos? ¿Cuáles son tus defectos? ¿Son defectos? Si los asumes, ¿te condenarás a un hospital de por vida? Grandes preguntas, grandes decisiones. No me sorprende que ante ellos muestres indiferencia.
-¿Sabes qué significa ambivalencia?
-Me da igual.
-Siendo tu palabra favorita tendrías que saberlo.
-¡Significa que me da igual, eso significa!
-Todo lo contrario, Susana. Ambivalencia sugiere fuertes sentimientos contrapuestos. El prefijo, como en “ambidiestro”, significa “dos”. Y el resto, en latín, significa “vigor”. La palabra sugiere que te debates entre dos líneas de acción opuestas.
-¿Me quedo o me marcho?
-¿Estoy cuerda o estoy loca?
-Eso no son líneas de acción.
-Pueden serlo pequeña, para algunos.
-Entonces, me he equivocado de palabra.
-No. Yo creo que es perfecta. Quis ic locus, quae regio, quae mundi plaga. Qué mundo es éste, qué reino, qué playas de qué mundos. Te estás enfrentando a una pregunta muy importante, Susana, la elección de tu vida. ¿Hasta dónde consentirás tus defectos? ¿Cuáles son tus defectos? ¿Son defectos? Si los asumes, ¿te condenarás a un hospital de por vida? Grandes preguntas, grandes decisiones. No me sorprende que ante ellos muestres indiferencia.
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12.8.08
Espabilar.
Ya estamos en pleno agosto y yo sigo sin hacerme a la idea de que es verano. Últimamente el tiempo transcurre así siempre para mí. Me lo paso esperando a que vengan las vacaciones de Navidad, después a que vengan las de Semana Santa, luego a que venga el verano...y así con todo. El próximo puente, las fiestas de mi pueblo, el mes que viene, la semana que viene, mañana...Y mañana llega, pasa, y yo sigo sin darme cuenta siquiera de que ha llegado y de que he estado viviendo mientras.
Lo bueno del asunto, es que no sé qué es exactamente lo que espero. Pero seguro que cuando venga, pasa y yo sigo esperando, sin enterarme. A veces pienso que sólo es una excusa para no vivir realmente, para no plantarle cara a ese futuro que tanto me asusta. Simplemente, porque no sé qué me depara. Otras veces, me limito a pensar que el tiempo y yo no vamos sincronizados, y lo único que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo para que todo vaya bien. Él va demasiado rápido y yo soy demasiado lenta. Al final se reduce a lo mismo; tengo que espabilarme.
Espabilarme, y no dejarlo todo para el día, la semana, o el mes siguiente. Hacerlo ya, hacerlo y punto. Sin excusas. Eso me recuerda, a que no he salido en todo el día de casa, a que soy una vaga, y a que he vuelto a posponer la búsqueda de piso una semana más.
He de dejar el miedo a un lado. Septiembre llegará y, a este paso, me veo acampando en el césped de la Universidad.
Decididamente, he de meter un “ya”, un “ahora” y un “hoy” en mi vida. Y sobre todo, sobre todo, no dejarlo para mañana.
Lo bueno del asunto, es que no sé qué es exactamente lo que espero. Pero seguro que cuando venga, pasa y yo sigo esperando, sin enterarme. A veces pienso que sólo es una excusa para no vivir realmente, para no plantarle cara a ese futuro que tanto me asusta. Simplemente, porque no sé qué me depara. Otras veces, me limito a pensar que el tiempo y yo no vamos sincronizados, y lo único que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo para que todo vaya bien. Él va demasiado rápido y yo soy demasiado lenta. Al final se reduce a lo mismo; tengo que espabilarme.
Espabilarme, y no dejarlo todo para el día, la semana, o el mes siguiente. Hacerlo ya, hacerlo y punto. Sin excusas. Eso me recuerda, a que no he salido en todo el día de casa, a que soy una vaga, y a que he vuelto a posponer la búsqueda de piso una semana más.
He de dejar el miedo a un lado. Septiembre llegará y, a este paso, me veo acampando en el césped de la Universidad.
Decididamente, he de meter un “ya”, un “ahora” y un “hoy” en mi vida. Y sobre todo, sobre todo, no dejarlo para mañana.
I. Dolor de cabeza.
A veces te levantas y notas que te pesa la cabeza. Que guardas tantas cosas allí dentro que, de un momento a otro, podría reventar. Sabes que todo eso siempre ha estado ahí, no es nada nuevo, nada que te venga como una avalancha. Pero por un motivo u otro, un día te despiertas y notas que se mueve por tu cabeza, se agita y la hace retumbar.
Entonces te entran ganas de escribir. Si intentaras decírselo todo a alguien, posiblemente acabarías liando tú misma. O hablando de cosas que nada tenían que ver con tus ideas iniciales, por miedo a lo que pueda acabar pensando tu interlocutor de ti. Así que decides ser práctica. Corres a tu portátil y empiezas a teclear esquizofrénicamente, casi sin pararte a mirar lo que escribes. Hasta que acabas un texto, dos, tres. Y entonces te dices, ¿y a quién se lo enseño? o, ¿realmente quiero que lo lea alguien? Entonces dudas y, de pronto, se te ocurre algo. Es ahí cuando tienes la brillante idea de hacerte un blog.
Pero claro, eso también te lleva a pensar que ya tenías uno y lo abandonaste. Luego recapacitas y te dices que de todas formas eso es lo que acabas haciendo con todo, así que, ¿por qué lamentarse? Si lo hicieras, al final nunca empezarías nada.
Por eso, la decisión pasa a ser un hecho; vas y te haces un blog. Después pierdes la tarde configurándotelo a tu gusto y pensando en qué pondrás, o cual será la primera entrada. Entre eso, y la merienda, el teléfono sonando cada dos por tres, el calor asfixiante que te da ganas de vivir en la ducha, las pequeñas charlas que mantienes casi a gritos desde tu habitación con tu madre, y la televisión del vecino que no te deja concentrarte, va oscureciendo. Y cuando te das cuenta, el día ya ha pasado, tu cama te está llamando a gritos y ya no te pesa tanto la cabeza.
El blog está hecho ya y, de todas formas. Si no te duele la cabeza mañana, quizá lo haga pasado. Así que escribes algo antes de irte a dormir, cualquier cosa, como esto. Y decides que será tu primera entrada. No importa mucho como empezarlo, tu reto va a ser por cuánto tiempo seguirlo.
Si te cansas, siempre puedes hacer como con las aspirinas; usarlas sólo cuando te duela la cabeza. Y eso, en tu caso, suele pasar bastante a menudo.
Entonces te entran ganas de escribir. Si intentaras decírselo todo a alguien, posiblemente acabarías liando tú misma. O hablando de cosas que nada tenían que ver con tus ideas iniciales, por miedo a lo que pueda acabar pensando tu interlocutor de ti. Así que decides ser práctica. Corres a tu portátil y empiezas a teclear esquizofrénicamente, casi sin pararte a mirar lo que escribes. Hasta que acabas un texto, dos, tres. Y entonces te dices, ¿y a quién se lo enseño? o, ¿realmente quiero que lo lea alguien? Entonces dudas y, de pronto, se te ocurre algo. Es ahí cuando tienes la brillante idea de hacerte un blog.
Pero claro, eso también te lleva a pensar que ya tenías uno y lo abandonaste. Luego recapacitas y te dices que de todas formas eso es lo que acabas haciendo con todo, así que, ¿por qué lamentarse? Si lo hicieras, al final nunca empezarías nada.
Por eso, la decisión pasa a ser un hecho; vas y te haces un blog. Después pierdes la tarde configurándotelo a tu gusto y pensando en qué pondrás, o cual será la primera entrada. Entre eso, y la merienda, el teléfono sonando cada dos por tres, el calor asfixiante que te da ganas de vivir en la ducha, las pequeñas charlas que mantienes casi a gritos desde tu habitación con tu madre, y la televisión del vecino que no te deja concentrarte, va oscureciendo. Y cuando te das cuenta, el día ya ha pasado, tu cama te está llamando a gritos y ya no te pesa tanto la cabeza.
El blog está hecho ya y, de todas formas. Si no te duele la cabeza mañana, quizá lo haga pasado. Así que escribes algo antes de irte a dormir, cualquier cosa, como esto. Y decides que será tu primera entrada. No importa mucho como empezarlo, tu reto va a ser por cuánto tiempo seguirlo.
Si te cansas, siempre puedes hacer como con las aspirinas; usarlas sólo cuando te duela la cabeza. Y eso, en tu caso, suele pasar bastante a menudo.
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